Mi Pushkin
Santiago Arcos editor
Año de publicación: 1937
Idioma original: Ruso
Eran aproximadamente las cuatro de la tarde y el teórico de literaturas eslavas empezaba en una
hora. Para variar, cosa que hasta el final del cuatrimestre no cambió demasiado,
estaba atrasado con las lecturas. Entonces, para ir con algo leído, tuve que
elegir entre Mi Pushkin de Marina Tsvietáieva y otro texto del que poco me acuerdo. Me
esperaba un texto crítico convencional, algo que usar para el parcial y ya,
pero nada más lejos de lo que me encontré. Pocas veces pase tan rápido de
pensar ¿Qué es esto? a decir Es esto.
Hablar
de Aleksandr Pushkin (1799-1837) es hablar del mito fundacional de la
literatura rusa, un autor hipercanonizado, una institución, un monumento.
Frente a esto, Tsvietáieva desmantela el mito, y se apropia del autor para hablar
de él y desde él. Definir a Mi Pushkin
como un ensayo sería recortar y simplificar demasiado, ya que la obra, su objeto y su
autora se funden de tal manera que es una delimitación simplista. Tsvietáieva es
una poeta que construye entre verso y prosa un continuo que no siempre sigue
una secuencia lógica argumentativa, sino que se va deslizando a través de los
significados de las palabras y sus significantes. Si bien este juego no
siempre es apreciable en la traducción, elementos como el negro, el amor, la
muerte, el mar o la propia poesía aparecen, se dejan de lado, se retoman o se
contraponen, formando un sistema de contrastes que, a su vez, conforman un universo particular.
El texto comienza con una referencia a la muerte de Pushkin en un duelo, y del primer contacto de la niña Marina Tsvietáieva con la figura del poeta. Tsvietáieva escribe: lo primero que supe de Pushkin es que lo habían matado, y más adelante afirma a todos nos hirieron en el estómago con ese disparo. Esto no solo es una identificación directa con Pushkin, sino una manera particular de leerlo. La sensibilidad infantil, estrechamente ligada a la sensibilidad poética, entabla una relación particular con el mito Pushkin a partir de lo que le van contando a Tsvietáieva o lo que va conociendo acerca del poeta, desplegándose en el texto una lectura propia, tanto de Pushkin como de ella misma. Un cuadro en la habitación de su madre, un monumento (no a Pushkin, sino un Monumento-Pushkin), una postal o el Mar Mediterráneo serán reverberaciones de ese mito desmantelado con el que Tsvietáieva construye su texto.
Pushkin
supone para Tsvietáieva el primer contacto con el amor: Pushkin me contagio con el amor. Con la palabra amor. Amor y lenguaje aparecen entrelazados cuando la niña Tsvietáieva recita frente al
aya de su hermana y una amiga de esta una parte del poema de Pushkin Los gitanos, cuya resolución en un
crimen por celos inicia una discusión sobre dicho asesinato.
Tsivietáieva no expone abiertamente su posición sobre el hecho, pero el
texto va ligando al amor, ese sentimiento que se aparece ante ella gracias a
Pushkin, con la pérdida y la muerte. El amor es desencuentro, es la elección de
ese amor cuando ya es imposible, tal como la poeta lee en la actitud de Tatiana, un personaje de Evgueni Onieguin. Sin
embargo, no es solo el personaje de Tatiana la que genera el enamoramiento de
Tsvietáieva, sino que son "Tatiana y Onieguin", una escena cargada de todo
lo que no es ni será jamás: La lección de
audacia. La lección de orgullo. La lección de fidelidad. La lección del
destino. La lección de soledad.
Esta
concepción trágica, que se condice con muchos aspectos de la biografía de
Tsvietáieva, es una parte fundamental de lo que significa Mi Pushkin, una lectura personal, un reapropiase de ese mito
fosilizado por la crítica y por intereses nacionalistas, pero no desde la frialdad analítica sino desde una
cercanía emocional. Tsvietáieva lee desde ese lugar, y pinta escenas de una gran
carga simbólica y afectiva, para luego disolverlas y armar algo distinto, con
los mismos colores y elementos, pero alterados de una manera tal que no pueden significar otra cosa que la
multiplicidad de sentidos. El Pushkin de Tsvietáieva es un Pushkin sin
domesticar, cuya lectura la marca definitivamente, y sus temas, tan recorridos
y hasta trillados como el amor o la pérdida, desestabilizan todo el tiempo a
quien trata de enunciarlos, pero a la vez brindan una estabilidad en la propia
contradicción.
Mi Pushkin es una lectura en el mejor sentido posible. Por un lado muestra el impacto de un primer acercamiento a la literatura, sobre todo mediante la potencia de la poesía, a tal punto que funda una visión del mundo. El desamor y la tragedia existen, y el mundo es un gran caos repleto de contradicciones, pero en ese mar de opuestos es donde Tsvietáieva funda su poesía, que también es Pushkin; la poesía, el único elemento del que nunca se despide.
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