De aconteceres y tropiezos: sobre una lectura de Juan José Saer
Hace un par de días que vengo pensando sobre el "problema" que supone el escribir sobre textos que por alguna u otra razón no me hayan gustado. Se trata del libro que estoy leyendo actualmente mientras termino de escribir la entrada sobre Luz de agosto, Diario de golondrina de Amelie Nothomb, del cual llevo leído aproximadamente la mitad y no me está gustando para nada.
Con este tema en la cabeza, llegué por casualidad al texto de Marina Closs en el blog de Eterna Cadencia, donde la autora plasmó los motivos que la alejan de la lectura de la obra de Juan José Saer: "Bienvenida a Saer"
Dicho
texto causó una pequeña polémica, ya que Saer es uno de los grandes exponentes
de la literatura argentina del siglo XX. A diferencia de lo poco que leí de
Nothomb, Saer es un escritor que me fascina por su escritura y su manejo del
lenguaje, por lo que desde el vamos el artículo me generó cierta antipatía. Sin
embargo, esto no se trata de una "defensa de Saer", ya que a) Saer no
necesita defensa alguna y b) que otro escriba sobre porque no le gusta una obra
que a mi si no se trata de ningún ataque.
Las
respuestas menos interesantes se limitaron a la versión literaria del tan argentino "¿y vos cuantas
copas tenés?" o el "¿Cómo no te va a gustar Saer?
Debe ser que no te da para entenderlo". Frente a esto, me parece que hay
que destacar que no a todos nos tienen que gustar los mismos escritores,
incluso pudiendo reconocer que se trata de grandes exponentes de la literatura.
Hacer indiscutibles determinadas obras o autores los vuelve fósiles, imponentes
pero encerrados en el renombre, lo que les quita gran parte de la riqueza que
la literatura de autores como Saer indudablemente tiene. Incluso se podría
decir que el gesto de escribir una nota así, probablemente siendo consciente de
que iba a generar polémica, es saludable
en términos de fomentar el intercambio de lecturas y visiones.
Ahora
bien, habiendo mencionado estos aspectos positivos del texto en cuestión, si
quisiera decir algunas cosas respecto del contenido del mismo. Hay dos
aspectos, quizás algo injustificables, que no puedo dejar de señalar. El primero es
como el texto me trasmite que se centra más en quien escribe que en el objeto
de la crítica. Sumado a esto, la forma
en que está escrito, salvo en fragmentos puntuales, se asemeja más a un audio de WhatsApp
diciendo "tal persona me cae mal", que a un análisis fundamentado. La
solemnidad y lo enrevesado, muy presente en gran parte de la crítica
"académica", suele ser un impedimento para generar el interés en un
público que exceda a los mismos de siempre, pero cosas como el "-¡Saer! Ejem… ¡Basta!" o "El
cansancio, dios mío, el cansancio" se asemejan más a una gastada con
tintes de soberbia que a una lectura fundamentada.
El primer aspecto que Closs menciona es lo que ella llama "los ripios", que, sumados al
"montón de comas sin escrúpulos", hace que para ella al leer a Saer "uno
siempre avanza tropezando". Efectivamente esta es una de las
características del estilo de Saer pero, en mi
opinión, lejos de ser algo negativo hace que su escritura resulte particularmente interesante. El
primer contacto con este estilo puede hacerse cuesta arriba, o simplemente no
gustar, pero una vez que uno se adentra en esa forma de
narrar se encuentra con un ritmo único e hipnótico. El identificar en Saer
"una especie de lentitud compulsiva" es acertado, pero que a Closs,
como lectora particular, esto le parezca un defecto, no necesariamente implica que
lo sea.
Me
resultaría imposible dar cuenta de la riqueza y la profundidad de la obra de
Saer en su totalidad, pero quisiera hacer referencia a un tema que me parece
sobresaliente en su escritura, que es el uso del detalle, la repetición y su vinculación con la
realidad. En muchos de sus libros, Saer se detiene casi obsesivamente en
describir hasta el hartazgo elementos o acciones que a simple vista parecen triviales, algo de lo que Closs se queja en su texto. Sin embargo, el trabajo de
Saer con el detalle puede interpretarse como la incapacidad del lenguaje de
captar la totalidad de lo real, teniendo que limitarse a narrar lo micro. A su vez, esta primacía del detalle se ve modificada cuando se la
repite, como si incluso esa percepción en miniatura resultara insuficiente. Por
ejemplo en Cicatrices, la misma
historia se cuenta desde cuatro puntos de vista distintos, y a tres de los
cuatro personajes en los que se centra la novela les llega contada por terceros con variantes en cada caso. Esto hace que nunca se termine de contar la historia en su totalidad, aún cuando lleguemos al la cuarta
parte, la los personajes verdaderamente involucrados con el hecho en cuestión.
Efectivamente
este trabajo con la repetición puede resultar aburrido y agotador para alguien a quien el
estilo de Saer no le resulte atractivo. Sin embargo, aunque el texto de Closs parece intentar justificar por qué el estilo de Saer es deficiente o
pretencioso, lo que me transmite es que habla más de la autora como
lectora que de Saer en sí. Piglia dijo en una de sus clases que si se quiere
criticar a autores como Borges o Marx no se los debe citar, ya que sus citas
dan ganas de leerlos, y justamente las citas de Saer, al contrario de mostrar
una escritura "aburrida" o "sosa", dan cuenta del gran
escritor que es:
"...el recuerdo de un hecho no es prueba suficiente de su acaecer verdadero, del mismo modo que el recuerdo de un sueño que creemos haber tenido en el pasado, muchos años o meses antes del momento en que estamos recordándolo, no es prueba suficiente ni de que el sueño tuvo lugar en un pasado lejano y no la noche inmediatamente anterior al día en que estamos recordándolo, ni de que pura y simplemente haya acaecido antes del instante preciso en que nos lo estamos representando como ya acaecido..."
Volviendo al comienzo, es evidente que escribir sobre aquello
que verdaderamente nos apasiona, en este caso la literatura, probablemente sea
mucho más interesante que sobre algo que no nos gusta. Sin embargo, esto no
quiere decir que no haya que escribir una crítica a una obra o a un autor, ya
sea en función de una intervención abierta en el campo literario o
sencillamente a modo de catarsis sobre los que nos parece que está mal escrito
o que consideramos perjudicial. Una literatura viva es una literatura en
conflicto y en contradicción constante, algo que la la obra de Saer demuestra
en cada lectura y discusión.
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