Luz de agosto
Editorial Seix Barral, SA, 1983
Año de publicación: 1932
Idioma original: Inglés
Sinceramente
no quería terminar esta novela. La escritura de Faulkner, y con esto no estoy
diciendo nada nuevo, tiene esa extraña capacidad de extenderse en largos
párrafos y no volverse pesada ni reiterativa, sino más bien profunda y enigmática. A
través de tramas entrelazadas, personajes bien desarrollados y genealogías
familiares, Faulkner logra construir en Luz
de agosto un entramado de historias que confluyen en una sola, íntimamente
ligada al espacio y al tiempo donde transcurre la novela, el sur de los
Estados Unidos varios años después de la Guerra de Secesión (1861-1865).
Pese
a que una de las características de la escritura de Faulkner es la frase de
largo aliento, resulta interesante destacar el primer párrafo de la novela, donde
queda plasmada la gran capacidad del autor norteamericano de condensar de
elementos importantes, que se irán desarrollando con el correr de la novela:
Sentada en la orilla de la carretera, con los ojos
clavados en la carreta que sube hacia ella, Lena piensa: "He venido desde
Alabama. Un buen trecho de camino." Mientras piensa todavía no hace un mes que me puse en camino y heme aquí, ya en
Mississippi. Nunca me había encontrado tan lejos de casa. Nunca, desde que
tenía doce años, me había encontrado tan lejos del aserradero de Doane.
En
primer lugar nos encontramos con el personaje de Lena quien, como sabremos en
unas pocas páginas, viaja para encontrar a su prometido y padre del hijo que
lleva en su vientre, un tal Lucas Burch. A su vez, con Lena aparece la cuestión
del desplazamiento, una constante en la novela. Este desplazamiento tiene como
instancia última Jefferson, un pequeño poblado sureño al que arribaran los
distintos personajes a lo largo de la novela, no solo en el tiempo en que esta
transcurre, sino desde antes, dando pie al despliegue de historias familiares
como la del reverendo Hightower o la de la señorita Burden. Esta trama
generacional refuerza el problema de las heridas aún abiertas de la Guerra de Secesión, sobre todo debido a la
fuerte impronta racial del Sur estadounidense, que si bien ya no es esclavista conserva
un racismo que lejos está de haberse erradicado, algo que tristemente aún vemos
en las noticias recientes de Estados Unidos.
El
último elemento presente en este primer párrafo es la forma en que Faulkner muestra el pensamiento de los personajes y, alguna que otra vez, del propio narrador.
Este recurso, en general marcado por el uso de la itálica, va apareciendo cada
vez más sobre el final de la novela, y puede leerse en términos de un
pensamiento más genuino, de una estructura mucho más caprichosa y dispersa.
Incluso, como vemos en el primer párrafo, aparece luego de un pensamiento que podría caracterizarse como "abiertamente declarado", y se remonta a algo
tan interno como el recuerdo de la niñez de Lena. El uso del monólogo interior
es una de las marcas de la innovación que supuso la escritura de Faulkner, y
una de las razones por las que se lo asocia a escritores tan prestigiosos como
James Joyce, Virginia Woolf o Marcel Proust, entre otros.
El
recuerdo y el flashback serán centrales a la hora de delinear a los personajes.
El brindar el acceso a los lectores de esa "prehistoria" hace a los
personajes más sólidos y profundos. La indiferencia y frialdad de Christmas no
resultaría tan convincente si no hubiéramos sido testigos de las marcas que
dejaron en su personalidad su estancia en el orfanato, la dureza de su crianza
bajo el férreo y devoto granjero McEachern, su relación con las mujeres y,
sobre todo, su identidad en base a su "sangre". A partir de la mitad
de la novela, el contraste de Christmas con su socio Joe Brown y los hechos
desencadenados por sus visitas a la señorita Burden precipitará
la trama hacia un final tan simbólico como memorable; la vida y la muerte, la promesa de una nueva vida y un odio
arrastrado por generaciones que solo termina en muerte.
El
entrelazamiento de las distintas historias y los múltiples puntos de vista a
veces vuelve más confusa la narración, algo que parece ser un efecto
deliberado. Esto sumado a las numerosas escenas en la oscuridad, el parecido
entre nombres como el de Lucas Burch y Byron Bunch o las distintas cronologías
e historias familiares hicieron que efectivamente pase por momentos de confusión a lo
largo de la lectura; de no saber quien está hablando, de qué o cuándo. Sin
embargo, y esto es a título personal, si una lectura requiere un esfuerzo
extra, eso no la hace deficiente, y con Luz
de agosto pasa todo lo contrario, ya que está escrita de una forma
magnífica, y armada de tal manera que el interés por la trama y los
personajes incentiva a seguir leyendo y a superar el desconcierto.
No
siempre hay que entender todo, o mejor dicho, el
detenerse ante cada escollo para la comprensión total sería contraproducente en
una primera lectura, porque la privaría de un todo que trasciende a la pregunta por quien está narrado o en qué tiempo
transcurre la acción. La curiosidad en la lectura es insoslayable, y no creo
que leer esta novela sin prestar atención más que al estilo sea recomendable,
pero la confluencia de la construcción narrativa con el estilo de Faulkner hacen
de este libro una experiencia mucho más rica y disfrutable; un encuentro con
uno de los grandes pilares de la literatura universal.
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