El limonero real - Juan José Saer

 

El limonero real



Autor: Juan José Saer

Grupo Editorial Planeta bajo el sello Seix Barral

Año de Publicación: 1974

Idioma original: Español

Me acuerdo que compré El limonero real después de la polémica sobre Saer en el blog de Eterna Cadencia, que traté en la entrada "De aconteceres y tropiezos: sobre una lectura de Juan José Saer", pero por alguna razón de la que no quiero acordarme no me puse a leerlo inmediatamente; y ahí quedó, en el escritorio, al lado del velador, a la espera de tiempos más tranquilos que el caos constante que supuso el 2020. Ya habiendo leído un par de libros de Saer, uno sabe lo que se va a encontrar, de hecho es por eso que volví a su obra, pero, en este caso, me topé con una novela increíble en todo sentido.

La novela se centra en Wenceslao (Layo), integrante de una familia isleña de la zona del Paraná, en el litoral argentino, que se reúne a celebrar Año Nuevo, todos a excepción de su esposa debido al luto que guarda desde hace 6 años por la muerte de su hijo. Tanto la esposa como el hijo no reciben un nombre en toda la novela, pese a tratarse de dos ausencias sobre las que se vuelve en numerosas ocasiones, y justamente esa es una de las características del libro: volver a contar los mismos hechos una y otra vez. Sin embargo ¿Son literalmente los mismos? Ciertamente la respuesta es no, ya que cada repetición se cuenta de forma diferente, en función de un detalle que se describe obsesivamente por páginas y páginas, recuerdos que se superponen, versiones de versiones, etc.

Los personajes y la trama son importantes, pero el tema central de la novela, y de toda la obra de Saer en mi opinión, es el cómo narrar. Cada repetición del Amanece y ya está con los ojos abiertos inaugura una porción del texto en la que se vuelve a narrar desde el comienzo de la novela, generalmente en pretérito perfecto compuesto, para luego retornar a donde había quedado la narración o pasar a otro tema, tejiéndose así una red similar a las ramas entrelazadas de los arboles de la isla. También podemos encontrar este uso de la temporalidad respecto al futuro, por ejemplo en torno a la cena de fin de año, donde se describe con lujo de detalle todo el proceso de cocina del cordero y lo que pasará con su carne una vez finalizada la cena, para luego terminar ese mismo párrafo con un verbo en presente: “ese cordero hacia el que ahora se dirige Wenceslao llevando el cuchillo y la palangana”.

La descripción obsesiva en base a detalles, característica en la obra de Saer, aparece en El limonero real sobre todo en las repeticiones del despertar de Wenceslao, pero también en la larga descripción de la cena, donde se describe cada movimiento de quienes están en la mesa, cada ruido de cubiertos, cada conversación, cada gesto, etc., lo que hace que uno como lector verdaderamente sienta estar presente en la reunión de fin de año. Y lo que llama más la atención es que todo está condensado en un sólo párrafo extensísimo, que por momentos recuerda a los de Faulkner, casi como si esa “esfera de luz” que se genera a partir del contraste entre la iluminación de la cena y la oscuridad del resto de la isla sea lo único real, y que todo lo que está por fuera sea una masa uniforme e indefinida, tal como la niebla en el recuerdo de Wenceslao de cuando pisó junto con su padre por primera vez la isla.

Juan José Saer

El uso del detalle se conjuga a su vez con el tema de la percepción. En numerosas oportunidades se hace referencia a manchas y a colores que luego adoptarán una forma y un contenido, jugando con la indefinición y explotando narrativamente el instante en que se produce, o no, el reconocimiento. Por ejemplo, luego de zambullirse, Wenceslao “ve” y “oye” (así, entrecomillas) lo que ocurre en la isla, pero a su vez el narrador juega con el propio Wenceslao sumergiéndose y encontrando en el agua algo incognoscible, algo que no se puede nombrar. La cita de por si es larga y es inseparable de un contexto aún mayor, pero no deja de ser impresionante: 

La mirada retrocede, con violencia, permanece en un momento inmóvil y después se inclina otra vez, con precaución y miedo, con enviones breves de aproximación. Va a producirse el reconocimiento: el fragmento de piel tostada, la convexidad lisa que se muestra vagamente humana, sin precisión —puede ser la espalda, un hombro, el pecho, un fragmento de nalga, una rodilla— el vagabun­deo caprichoso y lento, la inmersión y la aparición, en el centro del agua, en pleno silencio, se organizan de golpe, pa­ra revelarlo todo, en un relámpago de evidencia que sin embargo se esfuma una y otra vez, y el ascenso hacia el reconocimiento debe recomenzar, trabajoso y pesado, como un río que fluye para atrás y comienza a recorrer a la inversa su cauce en el momento mismo de llegar a la desembocadura. Por momentos alcanza esa precisión estéril de lo que no obstante no puede ser nombrado; una precisión que no es propiamente comprensión ni tampoco, desde luego, lenguaje

La relación explícita entre percepción y lenguaje muestra una faceta oscura, que culmina en ese fragmento con un “No ha habido reconocimiento aunque sí certidumbre. Pero una certidumbre sola, vacía, sin comprensión, que no se sabe de qué es certidumbre”. E la insuficiencia del lenguaje materializada por lenguaje, es decir, por la propia escritura de Saer. Esta lógica de la insuficiencia de lo que podemos realmente conocer y el interés por lo fragmentario se lleva a su máxima expresión al repetirse el episodio de la zambullida de Wenceslao, pero como si hubiese acontecido catorce años atrás. La conjunción entre tiempos y realidades diferentes se plasma en un lenguaje cada vez más irreal, donde todo lo perceptible se borra y desemboca en una mancha negra en la misma tipografía del libro. Luego de eso, como si se tratase de un reinicio o un fundido a negro en el cine, la narración pasa a otro registro de corte mítico sobre la aparición de la isla, con un narrador extraño que termina contando, una vez más, como si fuese el propio Wenceslao, lo ocurrido en Año Nuevo. 

Es en esta conjunción de tiempos y realidades en la se centra la figura que da nombre a la novela: el limonero real. Desde el principio el limonero siempre viene acompañado del adjetivo “real”, y su característica es que, según Wenceslao al principio, siempre está igual, con sus limones redondos y amarillos y el halo de flores blancas caídas a su alrededor. El limonero seguirá apareciendo de esta manera, en todos los registros y en todos los avatares de la realidad tratados por Saer. La pregunta es ¿Cuál es el limonero real? ¿Hay uno solo? ¿Qué representa? Ciertamente no hay una respuesta definitiva, y si algo plasma la novela es que los límites de la realidad son difusos y que la totalidad es inabarcable por la percepción y por el lenguaje.

El limonero real es un libro genial, y Saer sin dudas es uno de los más grandes escritores de la literatura argentina. A veces tachado de “difícil” o “pretencioso”, en su escritura aparecen este tipo de cuestiones filosóficas pero no dejan de ir a la par de una trama y unos personajes, ya que su preocupación central es el cómo narrar. No se trata de tener una idea y hacer una novela en función de ella, sino de algo mucho más intrincado y complejo, pero a la vez más libre. Sin dudas una lectura imprescindible de un escritor imprescindible. 


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