Poeta chileno - Alejandro Zambra

Poeta chileno


Autor: Alejandro Zambra

Editorial Anagrama S.A.

Año de publicación: 2020

Idioma: Español

Después de Nuestra parte de noche, este libro debe ser uno de los pocos que compré en una fecha relativamente cercana a su publicación. En general suelo dejar pasar un tiempo para comprarme un libro que acaba de salir, ya sea para buscar recomendaciones, averiguar un poco sobre el tema y el autor o, simplemente, porque las novedades salen cada vez más caras. Desde su lanzamiento en noviembre del 2020, Poeta chileno estuvo por todos lados, blogs, suplementos culturales y comentarios de lectores, así que las expectativas estaban a la orden del día. Lo que me decidió a comprarlo, después de haber ojeado cosas sueltas de Zambra, una entrevista y un par de poemas, fue su inclusión en Una intimidad inofensiva: los que escriben con lo que hay, un ensayo de Tamara Kamenszain que me gustó mucho sobre poesía y narrativa, con una perspectiva bastante interesante sobre la escritura del autor chileno. Efectivamente no me decepcionó.

Poeta chileno tiene dos ejes de referencia: Gonzalo y Vicente, padrastro e hijastro respectivamente. La novela comienza mostrándonos la relación entre Gonzalo y Carla, desde su comienzo adolescente, marcado por el despertar sexual, a su reencuentro varios años después. Lo fundamental en su vínculo posterior, además de las experiencias de cada uno durante la separación, es que Carla tiene un hijo, Vicente, un niño de 8 años que se come la comida de su gata Oscuridad y quien apenas tiene noticias de su padre biológico, León, desinteresado por la suerte de Carla y su hijo en un primer momento pero que reaparecerá al final de la novela. Gonzalo, en un principio tan reticente como Carla, irá asumiendo el papel de padrastro de Vicente, una relación fluida y que dejará su huella en el gusto de este último por la poesía, una afición "heredada" de su padrastro. El último personaje principal en aparecer es Pru, una periodista estadounidense que va a Chile para realizar una nota, tendrá un encuentro con Vicente y cuyos ojos de extranjera reforzarán el extrañamiento y la novedad de internarse en el mundo de la poesía chilena.   

Como lectores vemos crecer tanto en Gonzalo como en Vicente el gusto por la poesía. Chile cuenta con una enorme tradición poética, con los premios Nobel Gabriela Mistral y Pablo Neruda, pero también con otras figuras de la talla de Vicente Huidobro, Enrique Lihn, Nicanor Parra, Pablo de Rokha, Gonzalo Millán y un largo pero largo etcétera. Zambra, también poeta, nos muestra un ambiente tan mezquino como maravilloso, lleno de aspiraciones y de egos, tal como lo vemos en la fiesta de los poetas en honor a Sergio Parra a la que asisten Vicente y Pru, y en las entrevistas que esta última realiza a poetas chilenos contemporáneos para su nota en el periódico. Cada poeta que Pru entrevista le dará una visión o un aspecto diferente de la poesía: la excentricidad, el justo reclamo de apertura del campo literario para las poetas mujeres y para los pueblos originarios o, una cita que me pareció interesante, el rol de la poesía en la sociedad contemporánea:

-Mucha gente dice que es inútil

-Le tienen miedo a lo inútil. Todo tiene que tener un propósito. Odian el ocio, están enamorados del negocio. Le tienen miedo a la soledad. No saben estar solos. 

A lo largo de la novela, el desarrollo de los personajes va acompañado de una u otra manera por el desarrollo de sus gustos literarios. Carla, pese a que lee novelas y le gustan algunos poemas, nunca se interesa del todo por la poesía, tal como si ese mundo le fuera ajeno, un territorio marcado en un primer momento por la presencia (y ausencia) de Gonzalo y que luego será patrimonio de Vicente. Gonzalo empieza escribiendo poemas dedicados a Carla en su adolescencia, para luego internarse en la poesía con una colección de poemas de Emily Dickinson y la obra del poeta chileno Gonzalo Millán. La poesía lo acompañará en momentos clave de su vida como la decisión de viajar a Nueva York por una beca, y las consecuencias que esto le trae, o a la hora de pensar la paternidad. Esta cuestión se plasma el vínculo de su madre con “el chucheta”, un padre que la abandonó y tuvo tantos hijos con diferentes mujeres que nadie sabe con exactitud cuantos son, y en su propia relación con Vicente, cuando busca en los poemas de William Butler Yeats, Nicanor Parra, Enrique Lihn, Fabio Morábito, Pedro Mairal, entre otros, ya sea una respuesta, un consuelo o una condena. Vicente, a quien vemos crecer desde los 8 años, se introducirá en la poesía de la mano de los libros dejados por Gonzalo, los ya mentados de Dickinson y Millán, para luego ir desarrollando su propio gusto mediante referencias más contemporáneas y vivencias dentro del ambiente literario chileno. El reencuentro con Gonzalo se da, como no, en una librería, con las reticencias de ambos tras la separación y la distancia:

Gonzalo hablaba una lengua que constaba exclusivamente de frases finales, una lengua que hacía daño, una lengua oscura y deletérea, mientras que Vicente hablaba una lengua incorrupta, de palabras vacilantes y vivas, de frases tentativas que empezaban y continuaban indefinidamente.

La charla desembocará en poetas varios y en el propio libro de poemas de Gonzalo, Parque del recuerdo, que Vicente leyó sin saber quien era su autor y que los “Carla y Vicente” de la dedicatoria eran su madre y él. Poesía y vida se mezclan de manera caprichosa, como cuando Vicente se ve parcialmente representado en un poema de Gonzalo, el único del poemario que es del gusto de ambos.

Alejandro Zambra

El tema de la poesía no solo se juega al nivel de los personajes o de la inclusión de poemas propios y ajenos, sino también en la forma y el narrador de la novela, un narrador omnisciente en tercera que sabe que está escribiendo una novela : yo soy un novelista chileno y los novelistas chilenos escribimos novelas sobre los poetas chilenos. Esta voz, que sería erróneo identificarla con Zambra pero que se le parece bastante, aparece cada tanto en la narración para opinar o para hacer referencias a sus personajes, a la poesía chilena y a la propia construcción de la novela, como por ejemplo lo que pasará en el capítulo siguiente, el tema tratado o el cómo debería terminarla. A esto hay que sumarle la preocupación continua por las palabras elegidas, tanto por el narrador como por sus personajes, remarcadas en itálica y acompañadas de dudas sobre la misma, a como suenan y se relacionan con otras o reflexiones acerca de lo maleable que es el significado en determinados contextos, lo que podría relacionarse con un manejo del lenguaje más propio de la poesía que de la narrativa. No se trata de la problemática categoría de “prosa poética”, sino que en la escritura de Poeta chileno el autor plasma su doble condición de poeta y novelista en su preocupación por la palabra, así como los personajes poetas “escriben” a cada paso la novela de su vida.

Sinceramente Poeta chileno pudo más que mi escepticismo, no exento de prejuicios, sobre la popularidad inmediata y el fenómeno editorial. La novela es muy buena, escrita con una prosa amena, divertida, y con un respeto por sus personajes, expresado en una particular mezcla entre el cariño por ellos y el no tomárselos tan en serio, lo que se traduce en libertad para su desarrollo. Respecto a mi lectura, no resulta menor la cantidad de poetas de ayer y hoy que desconocía y que me llevo para seguirlos leyendo, de la mano de un ambiente desacralizado, menos solemne y más humano. Habrá entonces que prestarle atención a Zambra, una voz original y que vale la pena leer. 



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