El grito silencioso
Editorial Anagrama S.A., 1995
Año de publicación: 1967
Idioma original: Japonés
Debo
admitir que la literatura japonesa es un mundo desconocido para mi. Más allá de
algún relato suelto de Akutagawa, leido hace bastante tiempo, nombres como
Mishima, Kawabata, Murakami o Ishiguro son solo eso, nombres que integran una
larga lista de pendientes que no hace otra cosa más que crecer. Sin embargo,
como siempre, las etiquetas y la intención de agrupar en categorías gigantescas
la literatura de un país resultan
bastante problemáticas. En primer lugar, el número de obras es infinito, más
aún cuando Japón tiene una de las tradiciones literarias más antiguas,
remontándose, por poner un ejemplo, al siglo XI con el Genji Monogatari de Murasaki Shikibu, para algunos la primera
novela aunque esto es discutible por motivos que
no vienen al caso. Justamente en torno a lo anterior, hay que considerar en
toda su complejidad las diferencias, en este caso literarias, entre Oriente y
Occidente, y su relación a lo largo de la historia.
En
resumen, referirse a la literatura japonesa como un todo homogéneo, cosa que
vale para cualquier literatura del mundo, resulta cuanto menos problemático,
pero es una etiqueta convencional y conveniente para hablar del tema.
Personalmente en este primer encuentro con una novela y un autor del país
nipón, el preconcepto que tenía era el de una gran presencia de elementos
tradicionales como samuráis, jardines apacibles con estanques llenos de carpas
koi y otros vestigios del Japón feudal. Como veremos, no es que la tradición
esté ausente en El grito silencioso,
más bien lo contrario, pero es interesante pensar que la imagen preconcebida
sobre una cultura, en este caso la japonesa, tiene más que ver con un
imaginario occidental que con la realidad plasmada en el libro.[1]
Pero
bueno, dejo estas reflexiones para otro día y vamos a la novela de Oe. El libro empieza con el despertar, lento y con la indefinición propia del pasaje
del sueño a la vigilia, de Mitsusaburo Nedokoro (“Mitsu”), quien se mete
semidesnudo en un pequeño pozo de su patio
a reflexionar sobre su vida y, puntualmente, sobre el suicidio de un amigo,
quien se ahorcó “con la cabeza pintada de
bermellón y con un pepino en el ano”. Esta imagen terrible estará presente
a lo largo de toda la novela, íntimamente relacionada con la indiferencia de
Mitsu, sobre todo en su matrimonio con Natsuko, una mujer alcohólica debido al
parto, operación y posterior abandono de su hijo con discapacidad intelectual, un eco autobiográfico del propio Oe y su hijo Hikari. Este hecho pesa en las conciencias del matrimonio, no tanto como una culpa ineludible sino más bien como un remordimiento
que subyace en lo profundo de ambos, ensordecido, que parece no estar; se trata de un grito silencioso, presente a lo largo de toda la novela.
La
vida de la pareja cambia cuando reciben a Takashi (“Taka”), recién llegado de
Estados Unidos y con quien, junto a Hoshio y Momoko, jóvenes admiradores de
Takashi debido a su destacada participación en huelgas estudiantiles, emprenden
un viaje al pueblo de donde es oriunda la familia Nedokoro, situado en un valle
de la isla de Shikoku. La vuelta a los orígenes no solo está representada por
el pueblo de su infancia, sino por las figuras del bisabuelo de los Nedokoro y el
hermano de este, quienes jugaron un rol fundamental en la llamada rebelión del primer año de Mannen, ocurrida durante
el siglo XIX en reacción a la abolición de los clanes por parte de la Restauración
Meiji . A lo largo de la novela, los papeles del bisabuelo y su hermano se irán
complejizando, al no quedar claro si el primero mató al segundo por ser este
último el cabecilla de la revuelta, o si lo salvó en secreto permitiéndole
escapar.
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Kenzaburo Oé |
Takashi intentará emular la rebelión, está vez
contra el llamado “Emperador de los Supermercados”, un coreano dueño de la
cadena imperante en el valle, cuyo monopolio tiene subsumido a todo el pueblo. Los
motivos de Takashi, al igual que sus métodos, resultan cuanto menos cuestionables, y no necesariamente persiguen el bien común, sino que están
intrínsecamente ligados con el problema que supone la identidad. Según él, cada
persona tiene una “verdad” íntima por la que, una vez dicha, se debe morir por ella,
no por tratarse de una cuestión de valores o principios morales sino más bien
como gesto que da significado a la existencia, tal como él interpreta las implicancias del
hermano del bisabuelo en la rebelión. En este aspecto, el paralelismo entre el
binomio Mitsu-Taka y el bisabuelo y su hermano, mito fundacional donde, quieran o
no, se reflejan constantemente, conforma una trama sólida de idas y vueltas en
torno a la construcción de una identidad, tanto personal como colectiva. El entramado de secretos familiares se completa con el suicidio de la hermana de los
Nedokoro en circunstancias dudosas y, sobre todo, el recuerdo de la muerte de su
hermano S., quien murió apaleado por un grupo de coreanos en el valle, luego de
la participación de este en la invasión de Corea durante la Segunda Guerra
Mundial.
El resentimiento de los pobladores del valle
hacia los coreanos refleja la construcción de un “nosotros” contra un “ellos”,
en un contexto donde las heridas de la guerra aún están abiertas, y los
prejuicios siguen latentes. El odio al extranjero o el uso de la
desinformación, plasmada en la novela como la teoría de que las vacunas son un
“pago en sangre” para la modernización, cifran la clave de una violencia
dirigida por intereses muy concretos y particulares, que solo conducen a más
violencia y que son, tristemente, los que podemos ver por estos días en los
medios masivos de comunicación y en el crecimiento de la extrema derecha a
nivel internacional. Manipulación, violencia y vergüenza son los aspectos clave en donde la novela se luce, conjugando la turbulenta experiencia de la rebelión con el perturbado interior de Taka y su concepción de la vida y la muerte.
El grito silencioso me
pareció una buena novela, quizás con algunos altibajos en torno al personaje de
Mitsu y su desinterés por todo, por momentos un tanto artificial, pero
ciertamente el libro es entretenido e interesante, sobre todo en como Oé va
desarrollando el caldo de cultivo para la rebelión contra el Emperador de los
Supermercados. Se trata de una lectura profunda y disfrutable, que
deja con ganas de leer más del autor y de ese mundo de sombras y de luces
tenues; de gritos silenciosos y de memoria en ejercicio.
[1] Sobre este aspecto me interesa mencionar dos textos. El primero es Orientalismo de Edward Said, un clásico que, si bien no es sobre el lejano Oriente, explora como la visión prefabricada que tenemos de Oriente próximo es producto de un desarrollo histórico y de que manera está íntimamente ligada al imperialismo europeo. El segundo es El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki, un breve manifiesto sobre la importancia de la sombra en el arte japonés, algo bastante apreciable en la novela de Oé.
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