Bajo el volcán
Editorial Seix Barral, SA, 1984
Año de publicación: 1947
Idioma original: Inglés
Puede
que parezca una exageración, pero hay libros que tienen un poder de
convencimiento y una capacidad de captar la atención del lector a tal punto uno
pierde la noción del tiempo por la inmersión en la lectura: Bajo el volcán es
uno de esos libros. Durante la mayor parte
de la novela somos testigos del derrotero del Cónsul británico Geoffrey Firmin
durante el 2 de noviembre de 1938, Día de Muertos en México, a excepción del
primer capítulo centrado en Jacques Laruelle, un "amigo" del Cónsul a través de quién conocemos
detalles sobre el desdichado diplomático un año después de los sucesos
principales de la novela. Esta disposición de la trama hace que el primer
capítulo se convierta al mismo tiempo en el principio y en el final; una instancia donde confluyen y se aclaran ciertos acontecimientos expuestos de manera fragmentaria a causa
de uno de los grandes temas del libro: el mezcal.
Debido a su alcoholismo, el Cónsul es un personaje profundamente autodestructivo, lo que dificulta sus lazos con los que lo rodean y distorsiona su propia percepción del mundo, viviendo en una suerte de delirium tremens constante. Que el mezcal sea el centro de su adicción trae aparejado todo un imaginario de la tradición de los pueblos originarios de lo que hoy es México y viajes alucinatorios que vuelven a la novela onírica por momentos, pero sin perder de vista que se trata de un ambiente descarnado y hostil, lo que sumado al propio carácter del Cónsul, se conjuga en un auténtico descenso a los infiernos. No es en vano que, sobre el final de la novela, el omnipresente volcán Popocatépetl es asociado por el Cónsul a espacios infernales:
Por la ventana, el Popocatépetl se erguía con su inmensa falda en parte oculta por tempestuosos nubarrones; su cima cubría el cielo, y se alzaba sobre la cabeza del Cónsul, y directamente en su base estaban la ‘barranca’ y ‘El Farolito’. ¡Bajo el volcán! Por algo los antiguos situaron el Tártaro bajo el monte Etna, y en su interior al monstruo Tifeo con sus cien cabezas y ojos y voces –relativamente- temibles.
Sin
embargo, el Popocatépetl no tiene un significado único a lo largo de toda la
novela. También el personaje de Yvonne encuentra en el inmenso volcán a un
silencioso testigo de su retorno a México, depositario de recuerdos y de
expectativas respecto a su difícil relación con el Cónsul. Pero es durante su
viaje a la Arena Tomalín donde podemos relacionar su experiencia al volcán
“gemelo” del Popocatépetl, el Iztaccíhuatl que aparece oculto tras el primero de la
misma manera que la vida pasada de Yvonne y su voluntad lo están respecto del Cónsul. En este
aspecto puede leerse una resonancia de la leyenda náhuatl sobre la
relación entre ambos personajes y los respectivos volcanes. La leyenda, en dónde los
enamorados Iztaccíhuatl y Popocatépetl trascienden la muerte convertidos en los
volcanes que llevan sus nombres, contrasta con la relación entre Yvonne y el
Cónsul, no solo por el adulterio que provoca la separación previa a los hechos
de la novela, sino por el encierro en sí mismo de Geoffrey debido al alcohol.
El
cuadro de personajes que giran alrededor del Cónsul lo completan Hugh Firmin y
el mencionado Jacques Laruelle. Hugh es el hermanastro del Cónsul, parentesco
que se remonta a la adolescencia de ambos en Gran Bretaña, donde encontramos el
origen del resentimiento de Hugh hacia Geoffrey por haberlo apoyado en su
“aventura” de alistarse en la tripulación de un pesquero de mala muerte, lo que Hugh interpreta como un sabotaje al carácter rebelde de la acción de que un aristócrata como el decida internarse en un
ambiente como ese. Este carácter aventurero, aunque no libre de contradicciones,
se profundiza con las reiteradas menciones a una posible contribución de Hugh
al bando republicano en la Guerra Civil Española durante la Batalla del Ebro.
Sin embargo, el quiebre fundamental entre ambos se da en la relación con
Yvonne, con quien Hugh tuvo un amorío y con quien coincide inesperadamente el 2
de noviembre de 1938 en la casa del Cónsul ante el regreso de la joven. M. Laruelle, al que conocimos en el primer
capítulo situado luego de los acontecimientos de la novela, es posiblemente el
último amante de Yvonne, y también conocido del Cónsul, y se ve sorprendido por el intempestivo viaje a
México de la joven y sus intentos por reparar su matrimonio con un Geoffrey sumido en su
alcoholismo.
Si
bien la omnipresencia del mezcal a lo largo de la novela es insoslayable, Lowry
refleja a través de Geoffrey un sentimiento de vacío y extrañeza ante la vida,
que son los que desencadenan el alcoholismo y su fatídico desenlace. Más allá
del alcohol, tanto Hugh como Yvonne se muestran imperfectos en cuanto a su
forma de relacionarse con Geoffrey y sus problemas, el primero a través de su
deseo de reconocimiento y de una velada envidia hacia su hermanastro, y la
segunda mediante el ruego desesperado de un amor que, pese a momentos de afecto
sincero por parte del Cónsul, no hacen más que remover un pasado doloroso.
Ambos son incapaces de lidiar con el infierno en el que se encuentra
Geoffrey, rodeado de las voces de su
cabeza que profundizan el sentimiento de desdicha y que lo hunden cada vez más
en ese infierno; un infierno interior que, a su vez, se conjuga con una
coyuntura de una profunda violencia, tanto en el pasado de Geoffrey con el
episodio abordo del Samaritan, como brutalidad de su presente.
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Malcolm Lowry |
Bajo
el volcán fue sin dudas una lectura profunda, de entrada difícil debido al alto
contenido simbólico de cada elemento de la trama, los distintos registros y
estilos utilizados por Lowry y, lo que la hace muy interesante, el cómo el
efecto del alcohol aparece no solo en las decisiones y reflexiones del Cónsul
sino en la propia escritura. Una percepción distorsionada que va desde la
anécdota a la tragedia, a través de los sinuosos caminos del alma humana.
A
modo de coda de poca importancia, este es uno de los libros que más me ha
dejado con ganas de releerlo, lo que curiosamente no tiene tanto que ver con el
gusto que me produjo, algo que no es menor, sino por un interés en sus
aspectos oscuros y de múltiples aristas; algo así como volver a un camino en el
que uno se ha perdido, no para encontrar un trayecto “correcto” sino para
volver a perderse, a la búsqueda de lo inesperado. Las tramas de la conquista
de México, el antiguo esplendor ahora en ruinas del palacio de Maximiliano, la
manera en la que Lowry juega con la relación entre Hugh y el Cónsul y como se
complementan, la presencia de obras como la Divina Comedia a lo largo del
libro, las lenguas entrecruzadas (aún visibles en la magnífica traducción de
Raúl Ortiz y Ortiz) y otras mil cosas de las que no podría dar cuenta sin
extenderme todavía más, conforman una suerte de caleidoscopio delirante, brutal
e hipnótico por el que vale la pena dejarse llevar.
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