Eisejuaz
La
lectura de Sara Gallardo, marcada en los últimos años por un "redescubrimiento" o puesta en valor, está indefectiblemente unida a la cuestión del canon.
Para que se lleve a cabo esta puesta en valor ha tenido necesariamente que
suceder el olvido y la desvalorización de Gallardo, que tiene como factor principal el
hecho de ser mujer. Incluso si nos ponemos banales, más allá de su innegable
talento literario, podemos ver el alcance de la cultura patriarcal a la hora de privilegiar la literatura escrita por hombres, ya que si le ocurrió a la autora de Eisejuaz, ¿Qué les cabe a otras escritoras que no tuvieron la suerte de
pertenecer a una familia aristocrática que contaba en sus miembros con figuras
tales como Ángel Gallardo, Miguel Cané y el mismísimo Bartolomé Mitre? Es por
estos “olvidos” que un canon en disputa y una tradición en entredicho son
fundamentales para la vitalidad de eso que llamamos literatura nacional.
Eisejuaz es la historia de Lisandro Vega, Eisejuaz, Éste También, el comprado por el Señor, perteneciente al pueblo originario de los matacos, habitantes del norte argentino. Con un comienzo in medias res, vemos como Eisejuaz recoge (¿o secuestra?) a Paqui, un viejo blanco que se encuentra en un lodazal, que lejos de agradecerle se muestra quejumbroso, mezquino y enfadado por estar en poder de un indio. Esta doble condición de salvado/cautivo de Paqui se fundamenta en una supuesta misión divina de Eisejuaz, quien ha recibido revelaciones por parte de “mensajeros del Señor” mientras lavaba los platos. Este llamado provoca que Eisejuaz deje su trabajo en el aserradero, donde era jefe de los peones y un referente a la hora de sus reivindicaciones, y se interne sin dudar en el monte junto con Paqui. Su supuesto papel de "elegido" hace que Eisejuaz actué de forma incomprensible para los demás, de ahí su carácter errático y su problema para encajar en un mundo, que si bien conserva rasgos de la idiosincrasia de los matacos, se encuentra regido por blancos, y sobre todo, extranjeros, como se ve en la celebración de una fiesta patria en la plaza del pueblo; una exaltación nacional pero con “el paisano parado lejos, mirando”.
El
plato fuerte de esta novela es el lenguaje, un lenguaje que tiene los rasgos
del habla del norte argentino, que recoge también expresiones de los pueblos
originarios, pero expresado de tal manera que parece que uno está leyendo en
una lengua inventada. Con sus frases breves y su forma de nombrar, Gallardo
hace que su novela se situé en un espacio familiar, y hasta por momentos
realista pero también exótico y mítico. Un
elemento importante en este aspecto es la manera de nombrar. En primer lugar
está el propio nombre del protagonista a modo de formula o epíteto épico: "Eisejuaz, Éste También, el comprado por el
Señor", portador del espíritu "Agua Que Corre". También esto se da en personajes
significativos para Eisejuaz como Pocho Zavalía, "Yadí", "Ayó", Vicente Aparicio o "Quiyiye", Lucía Suárez. La acción de nombrar
cobra un gran significado cuando, luego de las vivencias de Eisejuaz en un
determinado sitio, ese lugar pasa a ser rebautizado con nombres tales como
“Aquello que es”, “¿Cómo es Esto?” o “Lo Que Está y Es”. La palabra, y sobre todo el nombre revisten de
una dimensión divina: “El nombre, que no
debe decirse de esa forma, es el secreto del hombre”.
Sin embargo, esta pulsión por nombrar se conjuga con lo limitado del discurso de Eisejuaz, un discurso breve, impersonal y, paradójicamente, poblado de silencios. En silencio espera una nueva revelación, comunicándose toscamente con su entorno al estar tan ensimismado en su supuesta misión. A excepción de un par de fragmentos del texto, el que también calla es el mismo Dios, lo que implica ver a Eisejuaz no como un héroe que actúa por voluntad divina sino como un delirante y un psicópata con el que es mejor no cruzarse. El texto se mueve ágilmente entre estos dos polos, haciendo de Eisejuaz un personaje híbrido y bivalente, en un espacio donde lo real y lo irreal se funden de manera constante; lejos del costumbrismo y el pintoresquismo, el tratamiento irreal de las singularidades del norte argentino hace que Eisejuaz sea tan universal como particular, siendo reconocible la “materia prima” con que Gallardo crea su ficción, pero también haciéndola universal en función de resonancias de la Biblia o de la épica clásica, y destacando en aspectos como la relación con la divinidad, la injusticia, el egoísmo o la redención.
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Sara Gallardo |
Amor
y redención son dos aspectos íntimamente relacionados a lo largo de toda la
novela. Sin intención de ver una relación homoerótica, aunque es una lectura
más que posible, el vínculo de Eisejuaz con Paqui cobra una doble
dimensión. La primera en tanto cuidado y entrega total, aún soportando los
malos tratos y el desprecio de Paqui, así como refleja la sumisión absoluta
de Eisejuaz al Señor, pero también puede ser leída en términos de un acto
posesivo y plenamente interesado, en línea con un Eisejuaz perturbado
mentalmente. Las mujeres también
forman parte de este aspecto, tanto Lucía Suárez, "Quiyiye", que expresa el amor
del pasado, tampoco exento de aspectos oscuros, y la chica del agua, que al
final de la novela representa una posible redención, ya que Eisejuaz es
verdaderamente su salvador. La redención, si es que es posible, tiene que ser
compartida, como se puede leer en la célebre frase de la novela: “-Hijo, un animal demasiado solitario se come
a si mismo.”
Eisejuaz es
una novela extraña, con un personaje y una lengua que no se parecen a nada de
lo que he leído hasta ahora. Con una originalidad y una potencia creadora
admirables, Sara Gallardo ha creado un mundo entero, condensado en menos de
doscientas páginas, exótico, imaginario y real al mismo tiempo, tan fascinante
y contradictorio como el propio Eisejuaz.
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