El limonero real
Me acuerdo que compré
El limonero real después de la polémica sobre Saer en el blog de Eterna Cadencia, que traté en la entrada "De aconteceres y tropiezos: sobre una lectura de Juan José Saer", pero por alguna razón de la que no quiero
acordarme no me puse a leerlo inmediatamente; y ahí quedó, en el escritorio, al lado del
velador, a la espera de tiempos más tranquilos que el caos constante que supuso el 2020. Ya habiendo
leído un par de libros de Saer, uno sabe lo que se va a encontrar, de hecho es
por eso que volví a su obra, pero, en este caso, me topé con una novela
increíble en todo sentido.
La
novela se centra en Wenceslao (Layo), integrante de una familia isleña de la
zona del Paraná, en el litoral argentino, que se reúne a celebrar Año Nuevo,
todos a excepción de su esposa debido al luto que guarda desde hace 6 años
por la muerte de su hijo. Tanto la esposa como el hijo no reciben un nombre en
toda la novela, pese a tratarse de dos ausencias sobre las que se vuelve en numerosas ocasiones, y justamente esa es una de las
características del libro: volver a contar los mismos hechos una y otra vez.
Sin embargo ¿Son literalmente los mismos? Ciertamente la respuesta es no, ya que
cada repetición se cuenta de forma diferente, en función de un detalle que
se describe obsesivamente por páginas y páginas, recuerdos que se superponen,
versiones de versiones, etc.
Los
personajes y la trama son importantes, pero el tema central de la novela, y de
toda la obra de Saer en mi opinión, es el cómo narrar. Cada repetición del Amanece y ya está con los ojos abiertos inaugura
una porción del texto en la que se vuelve a narrar desde el comienzo de la
novela, generalmente en pretérito perfecto compuesto, para luego retornar a
donde había quedado la narración o pasar a otro tema, tejiéndose así una red
similar a las ramas entrelazadas de los arboles de la isla. También podemos
encontrar este uso de la temporalidad respecto al futuro, por ejemplo en torno
a la cena de fin de año, donde se describe con lujo de detalle todo el proceso de cocina
del cordero y lo que pasará con su carne una vez finalizada la cena, para luego terminar ese mismo párrafo con un verbo en presente: “ese cordero hacia el que ahora se dirige Wenceslao llevando el cuchillo y
la palangana”.
La
descripción obsesiva en base a detalles,
característica en la obra de Saer, aparece en El limonero real sobre todo en las repeticiones del despertar de
Wenceslao, pero también en la larga descripción de la cena, donde se describe cada movimiento de quienes están en la mesa, cada ruido
de cubiertos, cada conversación, cada gesto, etc., lo que hace que uno como lector
verdaderamente sienta estar presente en la reunión de fin de año. Y lo que llama más la
atención es que todo está condensado en un sólo párrafo extensísimo, que
por momentos recuerda a los de Faulkner, casi como si esa “esfera de luz” que se
genera a partir del contraste entre la iluminación de la cena y la oscuridad del resto de la
isla sea lo único real, y que todo lo que está por fuera sea una masa
uniforme e indefinida, tal como la niebla en el recuerdo de Wenceslao de cuando pisó junto con
su padre por primera vez la isla.
![]() |
Juan José Saer |
El
uso del detalle se conjuga a su vez con el tema de la percepción. En numerosas
oportunidades se hace referencia a manchas y a colores que luego adoptarán una
forma y un contenido, jugando con la indefinición y explotando narrativamente
el instante en que se produce, o no, el reconocimiento. Por ejemplo, luego de zambullirse,
Wenceslao “ve” y “oye” (así, entrecomillas) lo que
ocurre en la isla, pero a su vez el narrador juega con el propio Wenceslao sumergiéndose y encontrando en el agua algo incognoscible, algo que no se puede nombrar. La
cita de por si es larga y es inseparable de un contexto aún mayor, pero no deja
de ser impresionante:
La
mirada retrocede, con violencia, permanece en un momento inmóvil y después se
inclina otra vez, con precaución y miedo, con enviones breves de aproximación.
Va a producirse el reconocimiento: el fragmento de piel tostada, la convexidad lisa que se muestra
vagamente humana, sin precisión —puede ser la espalda, un hombro, el pecho, un
fragmento de nalga, una rodilla— el vagabundeo caprichoso y lento, la
inmersión y la aparición, en el centro del agua, en pleno silencio, se
organizan de golpe, para revelarlo todo, en un
relámpago de evidencia que sin embargo se esfuma una y otra vez, y el ascenso
hacia el reconocimiento debe recomenzar, trabajoso y pesado, como un río que
fluye para atrás y comienza a recorrer a la inversa su cauce en el momento
mismo de llegar a la desembocadura. Por momentos alcanza esa precisión estéril
de lo que no obstante no puede ser nombrado; una precisión que no es
propiamente comprensión ni tampoco, desde luego, lenguaje
La relación explícita entre percepción y lenguaje
muestra una faceta oscura, que culmina en ese fragmento con un “No ha habido
reconocimiento aunque sí certidumbre. Pero una certidumbre sola, vacía, sin
comprensión, que no se sabe de qué es certidumbre”. E la insuficiencia del
lenguaje materializada por lenguaje, es decir, por la propia escritura de Saer. Esta lógica de la
insuficiencia de lo que podemos realmente conocer y el interés por lo fragmentario se lleva a su máxima expresión al
repetirse el episodio de la zambullida de Wenceslao, pero como si hubiese
acontecido catorce años atrás. La conjunción entre tiempos y realidades diferentes se
plasma en un lenguaje cada vez más irreal, donde todo lo perceptible se borra y
desemboca en una mancha negra en la misma tipografía del libro. Luego de eso,
como si se tratase de un reinicio o un fundido a negro en el cine, la narración pasa a otro registro de corte
mítico sobre la aparición de la isla, con un narrador extraño que termina
contando, una vez más, como si fuese el propio Wenceslao, lo ocurrido en Año Nuevo.
Es en esta conjunción de tiempos y realidades en la
se centra la figura que da nombre a la novela: el limonero real. Desde el
principio el limonero siempre viene acompañado del adjetivo “real”, y su
característica es que, según Wenceslao al principio, siempre está igual, con
sus limones redondos y amarillos y el halo de flores blancas caídas a su
alrededor. El limonero seguirá apareciendo de esta manera, en todos los
registros y en todos los avatares de la realidad tratados por Saer. La pregunta
es ¿Cuál es el limonero real? ¿Hay uno solo? ¿Qué representa? Ciertamente no
hay una respuesta definitiva, y si algo plasma la novela es que los límites de
la realidad son difusos y que la totalidad es inabarcable por la percepción y por el
lenguaje.
El
limonero real es un libro genial, y Saer sin dudas es
uno de los más grandes escritores de la literatura argentina. A veces tachado
de “difícil” o “pretencioso”, en su escritura aparecen este tipo de cuestiones
filosóficas pero no dejan de ir a la par de una trama y unos personajes, ya que
su preocupación central es el cómo narrar. No se trata de tener una idea y
hacer una novela en función de ella, sino de algo mucho más intrincado y complejo, pero
a la vez más libre. Sin dudas una lectura imprescindible de un escritor imprescindible.
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